Profeta Edgar Cayce
Edgar Cayce nació el 18 de marzo de 1877, cerca de Hopkinsville en el estado de Kentucky. Se crió en un ambiente rural y familiar a finales del siglo XIX, rodeado de una sociedad muy religiosa, y Edgar no era menos, disfrutaba con la Biblia y su sueño era ser médico misionero, aunque no como él lo esperaba, si llegó a conseguirlo.
Ya cuando contaba con siete años, contó a sus padres que tenía visiones y poderes mentales, y que incluso hablaba con su difunto abuelo, sus padres no lo creyeron y ante la imposibilidad de compartir sus pensamientos, se refugiaba en la sagrada Biblia, libro que leyó un vez por año, llegando a llenar su vida por completo. Cuentan que una noche, se le apareció un ser luminoso, un ángel, que le pregunto que era lo que más deseaba en su vida, y el contestó que deseaba ayudar a los demás y asistir a niños y enfermos durante toda su vida.
Pero no era lo único que le sucedía, su vida estaba llena de novedades que el pronto notaba que no eran normales, a los demás no le sucedía nada parecido, y él de forma madura las asimilaba en silencio. Como cuando se quedó semidormido encima de un libro mientras intentaba estudiar, y se dio cuenta que podía memorizar los temas del colegio mientras dormía. Al despertar podía recitar el contenido entero del libro fuera cual fuera su complejidad, no importaba en absoluto. Esto le supuso muchas ventajas en sus estudios, que tuvo que abandonar a los dieciséis años para ayudar a su padres económicamente.
Un año después se traslada a Hopkinsville, donde trabaja como librero y acaba conociendo a Gertrude Evans, de quien se enamora meses más tarde. Pronto deciden casarse y formar una familia, en cuanto Edgar tuviera suficientes recursos económicos para poder realizar su sueño.
Edgar al poco tiempo contrajo una afonía que no le permitía hablar y de la que no se conocía cura alguna. Pero al poco tiempo, llegó al pueblo un famoso hipnotizador llamado Hart, al conocer la dolencia de Edgar, acepto tratar su enfermedad.
Y así fue, lo hipnotizó e hizo creer a su mente que recobraría la voz, y de hecho mientras estaba Edgar estaba bajo la influencia de la hipnosis, su voz sonaba normal, sin rastro de afonía. Pero cuando se despertó su voz volvió a mostrar los mismos síntomas de afonía que antes. Por lo visto, su cerebro no respondía a la sugestión post-hipnótica de continuar hablando claramente después de la sesión.
El tratamiento pasó a manos de un hipnotizador autodidacta, Al Layne. Este no optó por la sugestión y le preguntó durante la sesión cual era su dolencia y cómo debía curarla, entonces Edgar sorprendió a todos los allí presentes, cuando él mismo dijo, que era un trastorno psicológico que producía efectos físicos, incluso recomendó que mientras estaba inconsciente se le sugiriera que intensificara la circulación sanguínea en las zonas afectadas. Layne respetó las instrucciones. De pronto, el pecho y el cuello de Edgar se tornaron de un color rojo intenso y aumentó la temperatura al tacto. Así permaneció durante un rato, y después ordenó que antes de despertar se le dijera que regulara la presión sanguínea. Edgar despertó totalmente curado de la dolencia sufrida durante el último año.
Edgar no conocía nada sobre la medicina pero sin embargo fue el profeta norteamericano del siglo XX. Pronto se dio cuenta de que poseía el don de la clarividencia. Previó las dos guerras mundiales y las numerosas catástrofes que ocurrieron.
Edgar, en sueño hipnótico, veía perfectamente el interior del cuerpo humano y hacía diagnósticos tan precisos que sus amigos médicos recurrieron a él en muchas ocasiones. Edgar, dormido y en estado de desdoblamiento efectuaba sus clarividencias y su esposa anotaba todo cuanto decía.
En ocasiones ayudaba a la gente, bastaba con que se le dijese el nombre de la persona y el lugar donde se hallaba, no importaba la distancia, y Edgar Cayce hablaba sobre ella desvelando todas sus dolencias, luego su mujer pasaba a máquina todo lo anotado, se le enviaba el original a la persona y Edgar se quedaba la copia para archivarla.
Pero en la última parte de su vida, no solo se dedicó a curar a los enfermos, sino que también pudo comprobar que tenía verdaderos poderes de videncia tanto del pasado como del futuro de las personas.
Con los años se ampliaron sus aptitudes psíquicas, en una ocasión, salió corriendo de la habitación donde se encontraba totalmente angustiado porque acababa de ver a tres jóvenes soldados, en los que estaba pensando, que no regresarían de la guerra.
También distinguía las auras, esta energía desprendida de los cuerpos vivientes, le permitía ver el estado físico y mental de las personas.
En 1944 debilitado y cansado, hizo su última lectura, el cansancio pudo con él, y tuvo una parálisis y en 1945 perdió la vida, dejando tras de él una gran fama por la cantidad de seguidores que obtuvo.
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Profecías de Edgar Cayce
En Europa
Profetizó que Europa cambiaría ràpidamente. Según él, Italia y Grecia se encontraban en peligro, pues previó el despertar de uno o ambos volcanes, Vesubio o Etna.
“los que teman los terremotos, harán bien en instalarse en Irlanda, pues de todos los países del mundo, es éste el que padecerá menos: por mil sacudidas padecidas en Inglaterra, sólo habrá cuarenta y tres en Irlanda."
También sobre Europa, vio el fin del régimen nazi y comunista.
"En Rusia ve que se acaba el comunismo y prevé libertad".
“A través de Rusia, viene la esperanza del mundo. No por relación con el comunismo, no, sino la libertad…. ¡la libertad! Cada hombre vivirá para su amigo. Y este principio saldrá de Rusia. Claro que esto tardará años en hacerse realidad. Sin embargo, de Rusia surgirá la esperanza del mundo.”
“Ya que, esos regímenes que desean reglamentar no sólo la vida económica de la gente, sino su vida mental y espiritual, no pueden durar largo tiempo.”
En Japón
En 1934, Cayce predijo que la mayor parte del Japón se deslizaría hacia el mar y el geólogo japonés, Nobichico Obara, afirma que el archipiélago se hunde continuamente en el mar, a razón de dos a tres centímetros por año.
Los negros de Norteamérica
Cayce tuvo una visión de la lucha racial en Norteamérica, lucha que se convertiría en guerra civil, y efectuó una predicción que todavía no se ha cumplido.
“Cuando un gran número de islas y tierras caerán bajo el yugo de los que no temen ni al hombre ni al diablo, y que proclaman que el poder es el derecho, entonces correrá la sangre como en las épocas en que se veía al hermano contra el hermano”.
En el 2100
En una de sus clarividencias, Cayce “se vio” hacia 2100 en Nebraska.
“El mar cubre aparentemente toda la parte oeste de la comarca, y la ciudad donde yo vivía estaba en la costa”.
Se vio viajando en un gran avión de metal, en forma de cigarro que alcanzaba grandes velocidades. Cayce se detuvo en una ciudad totalmente destruida y preguntó dónde estaba.
- en Nueva York- le contestaron, mirándole asombrados. Entonces vio numerosas canteras y vio que reconstruían la ciudad. Vió que el agua cubría gran parte de Alabama y que Norfolk y Virginia eran inmensos puertos de mar. Las industrias se hallaban diseminadas en vez de estar centralizadas en las ciudades y muchas casas eran de cristal.
“Es posible, dijo, que estas ciudades queden un día sumergidas en el océano”.
Jamás habló de destrucción nuclear, a pesar de que aseguraba que el hombre podía destruirse a sí mismo, como ya había hecho en la Atlántida.
El Hambre
“El que pueda adquirir una granja tiene suerte; cómprala si no quieres conocer el hambre en el futuro”<
El hambre profetizada por las Sagradas Escrituras, también fueron predichas por numerosos profetas anteriormente, pero Edgar también lo afirma para Norte América.
Lo achaca al incremento desmesurado de la población y la falta de terrenos cultivables y por lo tanto la necesidad de construcción masiva que se avecinará, todo esto es lo que hará que el mundo entre en guerras por enfrentamientos debidos a las necesidades que harán que hayan millones de muertes en todo el mundo.
La Atlántida
Séneca escribió hacia 374-379, llegará un tiempo, en los siglos futuros, en que el mar soltará las cadenas que cierran su paso; ante nosotros se extenderá un vasto territorio, y el mar dejará ver nuevos mundo países desconocidos, el último de los cuales no será Thule.
Es ésta una profecía a largo plazo, e ignoramos si Cayce la conocía, cosa poco probable, pero en junio de 1940, predijo que la isla de Poseidón se contaría entre las primeras zonas de la Atlántida que volvería a surgir de entre las olas del mar Caribe; incluso precisó que este movimiento podría iniciarse a partir de 1969, o en los años siguientes, pero mucho después de esa época. También afirmó que todas las tierras que deben emerger no lo harán a la vez, sino progresiva y lentamente.
Pero Cayce habló más sobre la Atlántida, en una sesión, describió una tumba llena de archivos, situada en una pequeña pirámide, que contenía recuerdos inestimables sobre el antiguo Egipto y la Atlántida. Declaró que esta pirámide se halla bajo la arena, cerca de una de las patas de la Esfinge, y que se descubriría en 1978. Lo que evidentemente no se ha cumplido, que sepamos.
fuente:profeciasyprofetas.com
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MAS INFORMACION SOBRE E.CAYCE.
Edgar Cayce
Desde la infancia, Edgar Cayce (1877-1945) sabía que él era alguien diferente, y eso no le gustaba. Todo había empezado cuando estaba en su Kentucky natal, el día en que el maestro de la escuela le había dicho
a su padre:
« Lo siento, Leslie. pero he llegado a pensar que tu hijo es un débil mental. No quiere aprender o, tal vez, no puede. Ayer ha estado tranquilo durante toda la clase sin apartar los ojos del pizarrón. Y bien, cuando le he pedido algo tan simple como deletrear una palabra, se ha quedado con la boca estúpidamente abierta, incapaz de pronunciar una sola letra.»
El maestro no se había equivocado. A los diez años, Edgar Cayce era un mal alumno, muy tranquilo, pero distraído y soñador, siempre absorto en no se sabía qué secretos pensamientos. En realidad, Edgar a esa edad sólo se interesaba en la lectura de la Biblia y en las conversaciones que sostenía con amiguitos imaginarios o con su abuelo difunto. Su madre, que estaba al tanto de tales hechos, los consideraba con indulgencia; pero el padre, Leslie Cayce, no entendía las cosas de esa manera. Era un granjero bastante orgulloso como para no tolerar el tener por hijo a un desastroso estudiante. Después de su conversación con el maestro, volvió a la granja, muy decidido a enseñar ortografía a su hijo, aunque fuera por la fuerza.
Durante una larga tarde, Edgar se encontró así frente a frente con su padre. Este, después de haber deletreado todas las palabras de la lección, lo interrogaba a intervalos regulares, siempre con el mismo resultado negativo, a tal punto que el niño, agotado, terminó por dormirse sobre el libro. Cuando el padre se percató de ello. temiendo haber sido demasiado severo, lo despertó de una palmada y le ordenó irse a la cama.
- Eres un asno - gruñó – decididamente me desesperas.
- Creo que sé mi lección ahora - contestó entonces el niño, pudiendo deletrear claramente y sin ningún error todas las palabras contenidas en el libro, aun aquellas que el padre no le había preguntado.
Edgar Cayce había aprendido su lección durmiendo. Al día siguiente, el padre esparció esta noticia, a pesar de no comprender nada de lo ocurrido, pero derivando de ello, de todas maneras, un ingenuo orgullo. El maestro, escéptico, pidió a Edgar repetir la hazaña. Ante la estupefacción general, el niño aprendió con una facilidad desconcertante, después de haber dormido algunos minutos, el contenido de sus libros de historia y de geografía.
Algunos días más tarde realizó un nuevo prodigio que aumentó su flamante popularidad. Una tarde, después de la escuela, Edgar llegó a su casa en un estado de excitación inhabitual. Visiblemente, tenía fiebre. Lo metieron a la cama y no tardó en caer en una especie de coma. Toda la familia, inquieta rodeaba el lecho
del niño enfermo sin saber qué hacer, hasta que en su delirio, él empezó a hablar con voz clara y autoritaria:
- Recibí una pelota de béisbol en la espalda - dijo - La única manera de sanarme es de hacer una cataplasma especial y aplicármela en la nuca. Pronto, si no, mi cerebro arriesga quedar irremediablemente dañado.
Siempre dormido, dio los nombres de algunas hierbas que debían servir para preparar la cataplasma. Sus padres, vivamente impresionados, prepararon la receta rápidamente. A la mañana siguiente , Edgar se despertó como de costumbre, sin dar ningún signo de la enfermedad que en la víspera había inquietado tan fuertemente a sus padres.
- Mi hijo es capaz de todo cuando duerme – pregonaba por todas partes su padre.
- Tú tienes un don, Edgar - le dijo su abuela maravillada.
«Verdaderamente - pensó entonces el niño, que ignoraba el sentido de la palabra clarividencia - no soy como todo el mundo ». Sin que se lo dijera a nadie, esa idea no dejaba de atormentarlo.
«Ser como todo el mundo...» era la principal ambición de Edgar cuando, a la edad de veintidós años se instaló con sus padres en Hopkinsville y comenzó a trabajar como vendedor en una librería. A pesar de su don, los recursos de su familia no le habían permitido hacer estudios secundarios y había renunciado a la esperanza de ser médico o pastor, de cuidar los cuerpos o las almas. En esa época se había encontrado
con la que debía ser su compañera en los buenos y malos momentos, y no aspiraba más que a juntar el dinero suficiente para fundar un hogar. En la vida cotidiana, su extraño don de clarividencia le servía a veces para adivinar los deseos de sus clientes, para encontrar objetos perdidos , para sorprender a sus superiores con una memoria impactante y rápida; pero él prefería no pensar sobre ello. Las cosas habrían continuado de esta manera, si su prometida, Gertrudis, no le hubiera planteado un caso de conciencia que debía tener resultados imprevisibles:
- Edgar - le dijo ella un día - yo soy la más dichosa de las mujeres; pero, hay algo que me inquieta. Tú no hablas jamás de esos dones extraños, de esos poderes que posees. ¿No querrías saber cuáles eran los designios de Dios al dártelos? ¿Por qué no entras en lo profundo de ti y rezas para que Él te ayude a encontrar el empleo de esos dones?
- Estoy demasiado ocupado en ganarme la vida, Gertrudis - respondió Edgar en un tono sin réplica.
Pero en esa noche misma, fue presa de violentos dolores de cabeza que persistieron durante varios días,
en tanto que su voz se debilitaba hasta llegar a ser un cuchicheo imperceptible.
- Es un signo - gritó Gertrudis aterrorizada - No tienes el derecho de dilapidar un don que tú sólo en el mundo posees.
- Es una inhibición de los centros nerviosos - declararon los médicos – una afonía, un curioso síntoma histérico.
Lo que fuera, durante varios meses ningún tratamiento pudo devolver a Edgar su voz normal, ni siquiera los intentos de un hipnotizador renombrado que se sentía seguro de tener éxito en curarlo. Fue entonces cuando Alan Layne entró en escena.
Desde siempre Alan Layne soñó con ser médico. Su falta de dinero y su mala salud le habían impedido seguir esos estudios. Se consoló tomando cursos de osteopatía por correspondencia. Habiendo oído hablar del caso de Edgar, le propuso hipnotizarlo él mismo. La experiencia fue intentada. En presencia de Layne, Cayce se abismó en un trance profundo, se auto diagnosticó una parálisis de las cuerdas vocales debida a una tensión nerviosa excesiva e indicó qué sugestiones debían serle hechas para restablecer un circuito nervioso normal. Al despertar, su voz volvió a ser fuerte y clara. Layne, maravillado, le pidió repetir esa experiencia con él mismo, Edgar describió todos los síntomas de Layne, le explicó exactamente todo lo que no funcionaba bien en él y le dio una lista detallada de los tratamientos que necesitaba para sanarse, incluidos los medicamentos que debía tomar. Layne cumplió estas indicaciones al pie de la letra y en un
par de semanas había recuperado la salud. Así Edgar Cayce había devenido un sanador, a pesar suyo. Debía empezar una nueva vida para él, una vida que no tenía nada de común con la existencia de un hombre normal.
La noticia de estas dos curaciones rnilagrosas se extendió rápidamente por la ciudad y numerosos enfermos incurables solicitaron de Edgar Cayce un diagnóstico , una sanación si fuera posible. Agitado por una grave crisis de conciencia, presionado por Layne y por su prometida, Gertrudis, Edgar dudaba todavía. Su más querido deseo había sido siempre ser útil, servir a sus semejantes , sanar; pero en tales condiciones, ¿tenía derecho a hacerlo? Su primera reacción fue negativa. Quiso expresar a Layne su rechazo, pero, por segunda vez la ansiedad le hizo perder la voz. Nueva afonía, nuevo síntoma histérico, nuevo signo de lo Desconocido tal vez. Después de esta segunda prueba, Edgar se resignó a aceptar su destino. Se le pedía sanar, él sanaría. Bajo ciertas condiciones, sin embargo.
A contar de ese día, empezó a trabajar en equipo con Layne, quien transcribía las «lecturas» o diagnósticos obtenidos por el examen interno del paciente practicados por Cayce en estado de trance, durante el cual se paseaba literalmente al interior del cuerpo del enfermo. Para no dejarse influir por la presión de la multitud que quería consultarlo, rehusó tener contactos personales previos y aceptar pagos por sus servicios. Su anhelo era el de ser reconocido por los médicos aunque estos, la mayor parte del tiempo, alzaban los hombros ante el anuncio de sus diagnósticos, considerándolos imprevisibles, desconcertantes, descabellados y, sin embargo, justos. ¡Qué importaba! Cayce tenía su conciencia tranquila. El no era un charlatán. Para mantener muy modestamente a su familia, ejercía otra profesión, repartiendo su tiempo entre un laboratorio fotográfico ( su verdadero oficio) y sus consultas psíquicas. Por lo demás, ¿acaso no veía lo que los médicos no podían ver?
Edgar materializaba los cuerpos de sus pacientes a distancia. Era capaz de distinguir claramente un botón de plástico, indiscernible en una radiografía, que, atascado en la garganta de una niñita, amenazaba asfixiarla. Algo más extraño todavía, daba consultas anticipadas para enfermos desconocidos que iban a presentarse en los días siguientes, y prescribía medicamentos todavía en estudio o pociones caídas en el olvido después de cincuenta años. Al salir de sus trances, no se acordaba de nada.
«¿Qué he dicho?», balbuceaba ansioso. Se le citaban nombres de remedios desconocidos, plantas, incluso substancias venenosas. Sólo podía sacudir la cabeza: «Tengo tanto temor de cometer un error .. ».
Pero él no se equivocaba. Las drogas o las manipulaciones de la columna vertebral que ordenaba, se revelaban siempre eficaces. Por otra parte, sabía que si dudaba, lo amenazaba la ansiedad, y la crisis de afonía estaba en acecho. El aceptaba entonces lo que consideraba como su misión, con una sola reserva: no quería aceptar honorarios, tampoco quería que su don fuera utilizado para otros fines que los medicinales.
Después de haber fijado tan categóricamente sus condiciones, fue con una gran amargura que Cayce se enteró un día que Layne, su amigo, su hombre de confianza, único testigo de sus trances hipnóticos, abusaba de su don. La visita de un propietario de minas en Nortonsville (Kentucky) vino a poner en evidencia la superchería:
- Mi mina es próspera gracias a usted - había declarado - He venido a agradecérselo. Es usted quien ha descubierto mi filón.
- ¡Yo he hecho eso! - exclamó Cayce desconcertado. Así, que no contento con presionarlo continuamente para que aceptara honorarios contra su voluntad, Layne no había respetado el convenio. Dolorosamente herido por sentirse un instrumento en las manos de su asistente, Edgar Cayce – siguiendo los consejos de un amigo médico, Dr. Blackburn - decidió romper esa asociación y someterse a diferentes tests delante de una asamblea de médicos. Estos, después de haberle clavado agujas en el cuerpo y un alfiler de sombrero debajo de las uñas, llegaron a la conclusión de que había una perfecta anestesia en un estado alterado de consciencia; pero se retiraron sin pronunciarse sobre sus talentos médicos.
Aquello ocurría en 1906 y el renombre de Cayce no hacía más que aumentar. Se le pedía entonces hacer predicciones sobre los valores bursátiles, identificar criminales. Cuando aceptaba prestarse a estas demandas se le producían jaquecas intolerables. El no deseaba más que sanar y curar, como se lo aconsejaba una voz interior. En forma semi legal, retomó sus consultas haciéndose asistir, primero, por el Dr. Blackburn, quien le daba confianza, y luego por un homeópata llamado Wesley Ketchum. Este, durante una sesión de hipnosis, le había pedido - sin que Edgar lo supiera - que explicara sus extraños poderes.
«Mi cerebro - respondió Cayce dormido - es sensible a la sugestión, igual que los subconscientes de todas las otras personas, pero el mío tiene el poder de interpretar lo que él obtiene del subconsciente de los demás. El subconsciente no olvida nada. El consciente recibe las impresiones del exterior y las transfiere
al subconsciente donde ellas permanecen aun si el consciente es destruido» . Aparentemente, cuando estaba en trance, se despertaba una inteligencia diferente en Cayce, una inteligencia capaz de seleccionar y de utilizar instantáneamente todo el conocimiento circulante en la humanidad.
Durante el verano de 1910, la Sociedad Nacional de Médicos Homeópatas tenía una conferencia en Pasadena (California). El Dr. Ketchum decidió asistir y presentar un trabajo que produjera estupefacción entre sus colegas. Era joven y ambicioso y tenía entre manos un material que debía causar sensación. En
el curso de dos «lecturas» ejecutadas en su presencia, Cayce había diagnosticado casos que habían puesto en aprietos a los médicos y los tratamientos que él había prescrito fueron seguidos con excelentes resultados. Sin que Cayce lo supiera, el Dr. Ketchum redactó su informe, lo leyó y emocionó al auditorio.
Un médico de Boston sugirió remitir el informe a un seminario de la Sociedad Americana de Investigación Clínica. El Dr. Ketchum no dudó en seguir su consejo y, siempre a espaldas de Cayce, envió un artículo que concluía así:
«Desearía conocer las opiniones y sugerencias de mis colegas con la finalidad de encontrar el mejor método para poner esto a disposición de la ayuda a la humanidad. Estaría dichoso si ustedes me hicieran llegar los nombres y las direcciones de los casos más complejos de que dispongan y yo ensayaría probar lo que me he esforzado en describir».
Era un desafío destinado a reducir al silencio a los médicos más escépticos. Inmediatamente la prensa se apoderó del asunto y dos artículos aparecidos en septiembre en el «Boston Record Herald» y en el «New York Times», transformaron en algunos días el renombre local de Cayce en una celebridad nacional.
Este último, sin embargo, estaba muy descontento. El asunto había sido lanzado sin su consentimiento, y
él detestaba la publicidad. Ketchum, al ser apremiado a explicarse, reveló entonces su plan. El había organizado una sociedad que comprendía, además de Cayce y de él mismo, al padre de Cayce y a un tal Alberto Noe. Cayce podría de esa manera ejercer en forma más legal. Después de algunas vacilaciones, Cayce aceptó siempre bajo condiciones. Exigía que cada palabra pronunciada durante sus trances fuera transcrita por un taquígrafo, que las consultas fueran limitadas a dos por día y reservadas exclusivamente
a personas enfermas, que los honorarios fueran razonables y que las personas que no tuvieran medios para pagar fueran tratadas gratuitamente. Por su parte, él rehusaba toda remuneración y quería sostener las necesidades de su familia gracias a la explotación de su estudio fotográfico.
El convenio funcionó así durante varios meses a la satisfacción de todos, hasta que una serie de pruebas dolorosas cayeron sobre Edgar Cayce. Una tarde, cuando estaba a punto de dejar su consultorio, se le avisó que su segundo hijo, una creatura de pocos días de vida, estaba moribundo y que el médico llamado en su ausencia desesperaba de salvarlo. Enloquecido, Cayce se preparó para hacer una «lectura» sobre el caso del recién nacido; pero, al despertar, el rostro de su padre que asistía a la sesión revelaba una profunda tristeza. «¿Qué he dicho?» murmuró Cayce presa de un terrible presentimiento. Leslie Cayce bajó la cabeza sin responder. Edgar había pronosticado la muerte de la criatura para dentro de algunas horas. Por la primera vez, después de haber salvado a centenares de personas, Cayce había hecho su diagnóstico demasiado tarde.
También, cuando el doctor de la familia le anunció poco después que su mujer, Gertrudis, estaba afectada de una grave lesión pulmonar acompañada de hemoptisis, Cayce se preparó a formular su diagnóstico con una viva aprensión. Absorbido por sus actividades de servicio, acaso también esta vez ¿no habría descuidado la salud de su familia? Cuando abrió los ojos se sintió aliviado de saber que había declarado
que su mujer viviría. El tratamiento que ordenó era el siguiente: una poción a base de heroína, inhalaciones de aguardiente de manzana y manipulaciones osteopáticas de la columna vertebral. Esta última prescripción parecía ridícula para lo que se suponía ser una infección bacteriana de los pulmones, una tuberculosis avanzada. Los especialistas que se encontraban a la cabecera de la enferma se alejaron descorazonados. Pero, para su gran sorpresa, el estado de Gertrudis mejoró rápidamente. El tratamiento de Cayce, tan inaceptable para la época, se aproximaba a una opinión hoy día admitida por ciertos osteópatas, según la cual problemas de la columna vertebral pueden originar trastornos orgánicos que se agravan, a veces, hasta llegar a la lesión.
La curación de su mujer le había traído no sólo la confirmación de sus talentos sino, además, una grande y reconfortante alegría. Pero, aún no llegaba el fin de sus preocupaciones. Estas culminaron la tarde en que Ketchum vino a anunciarle que la sociedad estaba en riesgo financiero a causa de su obstinación en no querer aumentar los honorarios de las consultas. Algunos días después, fatigado y torturado por violentos dolores de cabeza, Cayce convocó a su socio. Él se había dado cuenta de que toda predicción relativa a problemas financieros le dejaba deprimido y presa de penosos malestares.
Ketchum, turbado, tuvo que admitir que lo había interrogado durante un trance sobre ciertos aspectos financieros de la situación.
- En este caso, lo lamento - le dijo firmemente Cayce - pero me veo obligado a separarme de ti.
Sin embargo, cuando la puerta se hubo cerrado tras su ex socio, Cayce se abandonó a un profundo desaliento. De nuevo, se le había engañado, utilizado, cuando estaba en estado de hipnosis. ¿En quién podría confiar? Buscó largo tiempo la repuesta a este interrogante antes de darse cuenta que la sola persona fiel y sincera, apta para cumplir este papel, se encontraba desde siempre a su lado. En adelante,
su mujer, Gertrudis, conduciría y taquigrafiaría las sesiones. Por fin liberado de la obsesión de ver que, a pesar suyo, se utilizara su don para fines que él desaprobaba, Cayce pudo reanudar sus lecturas siempre prodigiosas, anticipadas, a distancia, en lenguas extranjeras, de las que en estado de vigilia no conocía ni una palabra. Con los años, sus milagros se multiplicaban y su renombre seguía acrecentándose.
En Birmingham, un grupo de doctores, cansados de escuchar los relatos de estas incomprensibles curaciones, decidieron confrontar a Edgar Cayce. Se reunieron y propusieron una experiencia. Un enfermo incurable, que agonizaba lentamente en una clínica de la región, sería sometido al diagnóstico de Cayce. Este aceptó el desafío. Al momento de la lectura ignoraba el nombre del enfermo y el lugar en el que se encontraba. Se durmió e hizo una descripción precisa de los síntomas externos. Uno de los médicos presentes estalló en risa:
- Este hombre no hace más que leer en nuestros cerebros. Todos los doctores aquí presentes conocen al enfermo y han diagnosticado su caso.
Cayce no se turbó en absoluto.
- Si yo leo en vuestras mentes - replicó - decidme, cuál de vosotros conoce el hecho que voy a enunciar. Después de haber examinado al enfermo esta mañana, se ha presentado una nueva complicación. Una erupción muy grave se ha producido entre el primero y el segundo dedo del pie izquierdo. Cuando hayan verificado este hecho, continuaré con mi diagnóstico...
Algunos de los médicos fueron enviados en el acto a la clínica, y regresaron muy pronto, desconcertados.
El nuevo síntoma señalado por el extraordinario medium pudo ser observado por ellos. Cayce había confundido a los médicos, pero no se envaneció por eso. Poco cuidadoso de su gloria, estaba entonces ocupado de un nuevo sueño, el de fundar un hospital en Virginia Beach, como se lo dictaba su voz interior.
Tuvo que llegar el año 1928 para ver la realización de este proyecto, gracias al apoyo de uno de sus antiguos pacientes, Morton Blumenthal , quien financió la empresa después de haber sido él mismo objeto de una curación milagrosa. El hospital, situado cerca del mar, contaba con una treintena de habitaciones, instalaciones médicas modernas y un laboratorio, donde se preparaban nuevos medicamentos según las formulas proporcionadas por las lecturas de Cayce. El hospital funcionó durante tres años, tratando centenares de casos presuntamente incurables; pero debió cerrarse en 1931 a causa de una mala gestión administrativa.
Cayce no estuvo allí para ver su reapertura, la que tuvo lugar en 1956. Él falleció el 3 de enero de 1945, a la edad de sesenta y ocho años, no sin antes haber previsto la fecha de su propia muerte con algunos días de anticipación. Nunca había esclarecido el origen de su poder paranormal. Fue detenido dos veces por ejercicio ilegal de la medicina, y dejado después en libertad. No había realizado su sueño de convencer a
las Facultades de Medicina, y no había sido sostenido más que por su fe. En la actualidad, un Comité de Investigación creado en 1958 estudia los casi 15.000 relatos de curaciones que Cayce ha dejado tras él. Entre las más impactantes visiones descritas por quien fue, tal vez, el más grande clarividente del siglo pasado, algunas conciernen al karma, a la transmigración de almas, y al desarrollo de poderes psíquicos. Otras se refieren más directamente a los años venideros:
«La Tierra se fracturará en la parte oeste de América . Una gran parte del Japón será sumergida. La parte superior de Europa se transformará en un instante. Una tierra aparecerá frente a la costa este de América. Habrán levantamientos en el Artico y en la Antártica que provocarán erupciones volcánicas en las regiones tórridas y, en seguida, un desplazamiento de los polos de manera que las regiones frías, templadas y semi tropicales llegarán a ser más cálidas. Este período se situará entre 1958 y 1998, y en el siglo siguiente,
se producirán cambios todavía más importantes en la superficie del globo».
Claude Valin